Representantes
La fiesta de san José coincide este año
con el 150 aniversario de la proclamación del santo como patrón de la Iglesia
universal. Es un recordatorio oportuno cuando el mundo vive un tiempo de
desolación, y el padre de Jesús en la tierra representa un tiempo de
consolación
José
de Nazaret vivió momentos difíciles marcados por la incomprensión, el
desarraigo, la escasez o la incertidumbre. Estas situaciones no se le ahorraron
al hombre elegido por Dios como custodio y protector de su Hijo, pero ante
ellas, José desplegó la obediencia de la fe, al igual que sus antepasados
Abrahán o David.
En
aquel diciembre no habían pasado ni tres meses desde que las tropas italianas
de Víctor Manuel II habían irrumpido en los Estados Pontificios para poner fin
a la soberanía temporal del papado. Empezaba así una situación compleja para la
Iglesia, que no encontró una solución jurídica al hecho hasta unos 60 años
después; pero era también la época de proliferación deismos, que amenazaban no solo a la Iglesia
sino también a las religiones. El racionalismo y el naturalismo habían sido
previamente los semilleros que dieron lugar a ideologías enemigas del
cristianismo. Sobre este particular, el Breve
Inclyto
Patriarcham, de
7 de julio de 1871, presentaba esta situación: «En estos tiempos tristísimos la
misma Iglesia es atacada por doquier por sus enemigos, y se ve oprimida por tan
grandes calamidades que parece que los impíos hacen prevalecer sobre ella las
puertas del infierno…». Estas dramáticas expresiones ponían de relieve la
necesidad de buscar en san José un protector para la Iglesia. Se diría que Pío
IX buscaba el mejor de los intercesores, como si hubiera leído a santa Teresa,
que aseguraba que el santo patriarca concede todo lo que se le pide.
El hombre justo
El
primer mérito de san José es haber creído. Es fiel hijo de Abrahán y de David,
y podría ser calificado, como ellos, un hombre de la promesa. Pero el
calificativo que mejor define a José es el de hombre justo (Mt 1, 19). Con ese
justo, Dios se relaciona por medios ordinarios como los sueños, que le sirven
para tomar sus resoluciones. Sin embargo, en ningún momento piensa José que
sean cosas de su imaginación. Ve en ellos la voluntad de Dios y su respuesta es
ponerla en práctica. En otras ocasiones no hay sueños de por medio, sino una
sencilla consideración en la presencia de Dios: José no vuelve desde Egipto a
Judea porque allí reina Arquelao,
hijo de Herodes, y marcha a Nazaret (Mt 2, 22). Es lo que Dios quería y esta
obediencia hace a José un siervo bueno y fiel como el de la parábola de los
talentos (Mt 25, 21). En este siervo obediente a Dios se fija Pío IX porque ha
sabido cumplir la misión de cuidar, alimentar y custodiar a Jesús y María.
Cristo ha fundado la Iglesia, María es Madre de los cristianos y José es el
gran protector de la Iglesia.
En defensa del padre
Por
lo demás, el patrocinio de san José está relacionado con la defensa de la
familia. La unidad familiar está incompleta sin el padre, aunque lo cierto es
que, a lo largo del siglo XX, y no solo por influencia de la psicología
freudiana, hemos asistido a la ausencia o la minusvaloración de la figura
paterna. La muerte del
padre eclipsa a la vez el papel de Dios como Padre, y consecuentemente
arrincona a san José. El padre es cuestionado en nombre de la autonomía
individual, que muchas veces no quiere saber nada del otro y elude las
responsabilidades. El resultado es un hombre solitario y con frecuencia
machista, y lo malo es que ese modelo se pretende extender a la mujer, pues se
presenta de modo atractivo como una vía de liberación.
San
José es padre de la Iglesia, pues está muy vinculado a Cristo como su padre
terreno. En el Evangelio, Felipe le recuerda a Natanael
que Jesús es hijo de José de Nazaret ( Jn 1, 45 ), y las gentes de ese pueblo de
Galilea lo conocen como el hijo del carpintero (Mt 13, 55). Es comprensible que
los Papas hayan tenido en alta consideración a san José. Se cuenta que el
nombre del patriarca es uno de los que tuvo en mente el cardenal Angelo
Giuseppe Roncalli
antes de elegir el nombre de Juan XXIII, aunque lo descartó porque ningún
Pontífice lo había llevado hasta entonces, si bien probablemente lo hiciera por
humildad. En cualquier caso, otros Papas contemporáneos, grandes devotos de san
José, llevaban entre sus nombres de pila el de José: Pío X, Juan Pablo II y
Benedicto XVI.
Antonio R. Rubio Plo